Harrington Francky

Que pereza de entretiempo, ¿no? Mañana de marzo —o de noviembre—, abrir el armario, elegir como vestirte. Saber de antemano que hay muchísimas probabilidades de errar la elección. Por no hablar de la pieza exterior: si prescindes de ella, seguro que pasarás frío; y si la tomas (una americana, una parca) a mediodía maldecirás tener que llevarla colgada del brazo. El típico problema. ¿La solución? Evidente. Un clásico: la chaqueta Harrington.

Creada en Inglaterra por la compañía Baracuta en la década de los 30, la G9 (así la llamaban) fue concebida como una pieza ligera y funcional. Su diseño se inspiraba en las chaquetas de los golfistas de la época, hechas de algodón, ajustadas a la cintura y bastante mórbidas para asegurar la fluidez del swing. En 1958, Elvis Presley populariza la G9 luciéndola en la película King Creole, y pocos años después (a mediados de los 60), es Ryan O'Neal quien, interpretando en la serie Payton Place el papel de Rodney Harrigton —de aquí su nombre—, definitivamente la catapulta a la fama. Si O'Neal la hace popular, son James Dean y Steve McQueen sin duda quienes la consagran. Y de Hollywood, de nuevo a Londres. La Harrington vuelve a casa allá por los 70. Tanto es su magnetismo que acaba siendo un elemento compartido –probablemente el único– entre dos sub-culturas antagónicas: mods y skins. El underground se disuelve y, sin embargo, ya en los 90, los dos estandartes del fenómeno britpop –Damon Albarn y Liam Gallagher– no renuncian a ella.

Que casi un siglo más tarde siga igualmente vigente, habla de su absoluta versatilidad y, sobre todo, de su esencia atemporal. Sabréis que es una Harrington auténtica por su forro de tartán. Sabréis que la nuestra es original porque tiene marca registrada. ¡Bienvenida primavera! ¡Bienvenido otoño!